Literatura

“Amor virtual, de plástico, chips y metal” (concurso de relatos breves San Valentín 2014)

Esperar al levantarte y lo primero mirar en una pantalla un simple y frío “hola”, es para mí presagio de un comienzo de día esperanzador, lleno de nuevas imágenes, palabras, signos y sonidos que siempre molestan a todas horas y en todos los lugares a mí y a los que están a mi alrededor, pero que aliviaban la ansiedad de esos minutos de un inquietante vacío y silencio no deseado, en el que constantemente giro y giro la muñeca mirando una y otra vez aquella esperanzadora pantalla y engullendo el sentimiento en mi ración virtual de felicidad.
Todo era perfecto e incluso compartíamos las amistades en grupos de intereses afines. Los que vienen y se van, y el incombustible y pesado de turno compartiendo una y otra vez los chistes malos e imágenes con palabras infumables. Odio las frases en las imágenes en la que te dicen cómo y qué hacer en cada momento de la vida y los videos de caídas de aquellos antiguos programas japoneses y que a ella incomprensiblemente le gustaba. Salgo decidido a la calle, camino cabizbajo, observando las fotos y mensajes de mi móvil, miro a cara de perro cada una de esas palabras o instantáneas recibidas, hundiendo mi dedo índice cada vez con más y más fuerza sobre el cristal de esa caja de Pandora de plástico, chips y metal que contiene toda esa vida ajena y propia concentrada en un pequeño espacio de cinco pulgadas, 300 gramos de peso y constantemente alimentada todo el día por un enchufe óptimo de cualquier lugar.

Hoy era el día y el momento de dar el paso hacia delante y tenía que declararle mi amor sin miedo, sin titubeos. Los nervios me jugaban una mala pasada y una y otra vez, cada palabra que le escribía, la revisaba, las borraba y el traductor me las corregía. No sabía cómo decírselo, cómo ofrecerle todo mi amor y mira que lo he intentado con insinuaciones. Y mira tú, cuando justo tomo una sencilla decisión y llego a la altura de cómo y donde hacerlo, con un “emoticono de corazón, guiño, corazón e interrogante”, resbalo y me caigo.

Mi mundo de cinco pulgadas se deshizo en pedazos esparcido por toda la calzada. Todo se fue en cuestión de segundos, me dolía más la perdida de mi caja de sentimientos que el trauma ocasionado en mi cóccix. Al incorporarme del suelo, miré el causante de mi desgracia y ahí estaba, desecha e impregnada en la suela de mi zapatilla. “La mierda”, aquella que aun siendo desagrado por el que la esquiva o se la encuentra, atrae a la buena suerte o a la diosa fortuna. Traté de restregarla en un bordillo insistentemente, para eliminar toda la evidencia de aquel inesperado y trágico suceso, y mientras lo hacía, despertó en mí una extraña sensación que años atrás había tenido y olvidado.

Tenía ganas de ir a verla, de mirarle a la cara y ver esos ojos que me vuelven loco, de cogerle de la mano, de tocarla y decirle con palabras salidas de mí, de mi boca, que la quiero. Abrazarla y notar el aliento de mi respiración en su cuello, que sea mía, que le ofrezco mi todo por una reciproca ración de sentimientos. Miré con desprecio hacia aquella cosa de plástico, chips y metal que me esclavizaba, que me tenía inmerso en una burbuja de vida superficial, y continué caminando pensando en que la buena suerte me había dado una nueva oportunidad para vivir y sentir el amor lo más humanamente posible.

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